lunes, 28 de mayo de 2012

Función Semántica y Nivel Lingüístico


Eulalia Rodón menciona que a diferencia de la morfología o la fonología, la semántica tardó en ser reconocida por los lingüistas. Los primeros que voltearon la mirada hacia ella fueron los estructuralistas, específicamente Ferdinand de Saussure. Él interconectó la función semántica con el estructuralismo.
    La relación estructura y significado puede abordarse desde varios ejes. Para ello la autora cree conveniente preguntarse y plantearse lo siguiente:
i) ¿En qué medida puede considerarse que los significados de las palabras son entre sí y con tal clase de dependencia que puedan formar un conjunto de estructuras?
ii) ¿Hasta que punto cuenta o está presente el significado en la formación y ordenación de las estructuras de la lengua?
iii) La interacción del plano del contenido y del plano de la forma en el propio acto de la comunicación lingüística.
    En cuanto a i) se basa en Jost Trier y responde: los significados de las palabras se hallan en estrecha dependencia uno de los otros, el valor de cada uno de ellos es función de los valores de otros y depende, además, del significado global que adquieren en su relación oracional y sintagmática. Una palabra lleva aunado al significado concreto una serie de asociaciones por las que es condicionada y a la vez condiciona. Siguiendo a Wittgenstein, tenemos que el significado de una palabra no sólo es determinado por su uso, sino es su uso.
    En cuanto a ii) la cuestión encierra dos puntos: a) saber si es posible definir el sistema de una lengua sin recurrir al significado; y b) saber si las categorías gramaticales tienen relación con las categorías de significado.
    Antes de continuar, la autora reprocha a la Gramática Tradicional el confundir principios de varia índole, como por ejemplo: sintáctica, psicológica y de significado. Pero la Gramática actual, nos dice, tratará exclusivamente de relaciones formales sistematizadas de elementos fonológicos, agrupados en unidades estructurales. A pesar de lo escrito líneas atrás, Bloomfield y Hockett  consideraron que hay que poder distinguir si dos expresiones de diferente forma fonética tienen igual o diferente significado. Hjelmslev, sostuvo que el reconocimiento de una sustancia semántica en cada morfema es condición precisa para la aplicación de la prueba de conmutación. Chomsky por su parte, nos dice que nosotros sabemos por medio de informantes que los significados son diferentes, o no lo son o ni siquiera los identificamos, lo cual implica que los informantes sepan cuando dos expresiones diferentes tienen o no el mismo significado.
    Respecto a iii) que tiene que ver con la aplicación de la lógica matemática al análisis lingüístico y a su relación con la teoría de la información y la comunicación menciona:  
Con el desarrollo de la cibernética nació la relación hombre-máquina, desde entonces fue necesario redactar algoritmos adecuados para la transmisión de mensajes lingüísticos, lo que obligó a intentar analizar el lenguaje humano en un medio de estricta formalización.
De las tres preguntas lanzadas por Rondón ella hace hincapié en saber si a cada categoría gramatical puede corresponder una categoría semántica o viceversa. A lo que responde, basándose en Humboldt, que el lenguaje no es un conjunto de nombres impuestos sobre el mundo exterior, sino una particular visión de este mundo.

 


Rodón, E. (1971). Revista Española de Lingüística. Función semántica y nivel lingüístico. Recuperado el 15 de mayo de 2012 del sitio: www.uned.es/sel/pdf/jul-dic-71/1,2%20rodon.pdf

Semántica y Hermenéutica


Semántica y hermenéutica (1968)

No me parece un azar que entre las corrientes filosóficas de hoy la semántica y la hermenéutica hayan alcanzado una actualidad especial. Ambas parten de la expresión lingüística de nuestro pensamiento. Ya no se saltan la forma fenoménica primaria de toda experiencia espiritual. Por ocuparse de lo lingüístico, ambas poseen una perspectiva de verdadera universalidad. Pues ¿qué hay en el fenómeno lingüístico que no sea signo y que no sea un momento del proceso de entendimiento?

    La semántica parece describir el campo lingüístico desde fuera, por la observación, y se ha podido desarrollar una clasificación de los comportamientos en el trato con estos signos. Debemos esa clasificación al investigador estadounidense Charles Morris. La hermenéutica por su parte aborda el aspecto interno en el uso de ese mundo semiótico; o, más exactamente, el hecho interno del habla, que visto desde fuera aparece como la utilización de un mundo de signos. Ambas estudian con su propio método la totalidad del acceso al mundo que representa e lenguaje. Y ambas lo hacen investigando más allá del pluralismo lingüístico existente.

   Creo que el mérito del análisis semántico ha sido el haber descubierto la estructura global del lenguaje y haber relacionado con ella los falsos ideales de univocidad de los signos o símbolos y de formalizabilidad lógica de la expresión lingüística. El gran valor del análisis de la estructura semántica consiste en parte en disolver la apariencia de singularidad que produce el signo verbal aislado, y lo hace de diferentes modos: o bien explicitando sus sinónimos o, en forma aún más significativa, mostrando la expresión verbal individual como algo intransferible y no intercambiable. Me parece más significativa esta segunda operación porque apunta hacia algo que está detrás de la sinonimia. La mayoría de las expresiones de un mismo pensamiento, de las palabras que designan la misma cosa, admite quizá desde la perspectiva de la mera designación y denominación de algo, la distinción, articulación y diferenciación; pero cuanto menos se aísla el signo concreto tanto más se individualiza el significado de la expresión. El concepto de sinonimia se va diluyendo más y más. Al final queda patente un ideal semántico que en un determinado contexto sólo reconoce una expresión y ninguna otra como correcta, como acertada. El lenguaje poético podría estar aquí en la cima, y dentro de él parece aumentar esa individualización que lleva desde el lenguaje épico, pasando por el dramático, al lírico, a la construcción lírica del poema. Esto aparece en el hecho de ser el poema lírico, en buena medida, intraducible. El ejemplo del poema puede aclarar lo que aporta el aspecto semántico. Hay un verso de Immermann que dice: Die Zähre rinnt (la lágrima resbala), y el que oye la palabra Zähre se sentirá quizá perplejo ante el uso de este vocablo arcaico en lugar de Träne. Pero tratándose de un poema, como en este caso, el poeta puede haber acertado en la elección. El vocablo Zähre hace aflorar en el hecho cotidiano del llanto otro sentido ligeramente distinto. Cabe la duda. ¿Hay realmente una diferencia de sentido? ¿No se trata de un matiz meramente estético, de una valoración emocional o eufónica? Es posible que Zähre suene diferente que Täne; pero ¿no son palabras intercambiables en lo que al sentido se refiere?

    Hay que examinar esta objeción en todo su rigor. Porque es realmente difícil encontrar una mejor definición de lo que es el sentido o el significado o the meaning de una expresión que su sustituibilidad. Cuando entra una expresión en lugar de otra sin que cambie el sentido de la totalidad, esa expresión posee el mismo sentido que la expresión sustituida. Pero cabe preguntar hasta qué punto puede valer esa teoría de la sustitución para el sentido del discurso, de la auténtica unidad del fenómeno lingüístico. Es indudable que se trata de la unidad del discurso y no de una expresión sustituible como tal. Precisamente la superación de una teoría del significado que aísla las palabras reside en las posibilidades del análisis semántico. En este aspecto más amplio habrá que limitar en su validez la teoría de la sustitución que haya de definir el significado de las palabras. La estructura de una trama lingüística no debe describirse partiendo sin más de la correspondencia y la sustituibilidad de las distintas expresiones. Hay sin duda giros equivalentes, pero tales relaciones de equivalencia no son coordinaciones inmutables, sino que aparecen y mueren, igual que el espíritu de una época se refleja también de un decenio a otro en el cambio semántico. Obsérvese, por ejemplo, la introducción de expresiones inglesas en la vida social de nuestros días. De ese modo el análisis semántico puede descubrir hasta cierto punto las diferencias de los tiempos y el curso de la historia, y puede hacer perceptible, en especial, la inserción de una totalidad estructural en la nueva estructura global. Su precisión descriptiva demuestra la incoherencia resultante de la adopción de un ámbito verbal en nuevos contextos y esa incoherencia sugiere a menudo que se ha reconocido aquí algo realmente nuevo. Esto es válido también y sobre todo para la lógica de la metáfora. La metáfora nos parece una transferencia, es decir, actúa retrotrayéndonos al ámbito originario del que procede y desde el que fue llevada a un nuevo ámbito de aplicación, mientras tenemos conciencia de esta relación como tal. Sólo cuando la palabra arraiga en su uso metafórico y ha perdido el carácter de recepción y de transferencia, empieza a desarrollar su significado como «propio». Así, es sin duda una mera convención gramatical el atribuir a la palabra «flor» como significado propio el que tiene en el mundo vegetal, y el considerar la aplicación de esta palabra a unidades vitales superiores, como la sociedad o la cultura, un uso impropio y figurado. El entramado de un vocabulario y de sus reglas de empleo realiza únicamente el compendio de lo que forma de ese modo la estructura de una lengua mediante la constante adición de expresiones en nuevos ámbitos de uso.
    Esto impone un cierto límite a la semántica. Cabe considerar sin duda, desde la idea de un análisis total de la estructura fundamental del lenguaje, todos los idiomas existentes como formas fenoménicas de lenguaje. Pero la constante tendencia a la individualización chocará con la tendencia a la convención, que también es inherente al lenguaje. Pues lo que constituye la vida del lenguaje es que nunca se puede alejar demasiado de las convenciones lingüísticas. El que habla una lengua que nadie entiende no habla en realidad. Mas, por otro lado, el que sólo habla una lengua cuya convencionalidad se ha hecho absoluta en la elección de las palabras, en la sintaxis o en el estilo, pierde la capacidad de interpelación y evocación, que sólo es alcanzable por la individualización del vocabulario y de los recursos lingüísticos.
    Un buen ejemplo de este proceso es la tensión que existe siempre entre terminología y lenguaje vivo. Un fenómeno familiar no sólo al estudioso, sino sobre todo al profano culto es que las expresiones técnicas resultan poco manejables. Poseen un perfil especial que rehúsa integrarse en la verdadera vida del lenguaje. Y sin embargo es esencial para esas expresiones técnicas de definición unívoca incorporadas en la comunicación viva a la vida del lenguaje, que enriquezcan su fuerza aclaratoria, reducida por la univocidad, con la fuerza comunicativa del lenguaje vago e impreciso. La ciencia puede resistirse a ese oscurecimiento de sus propios conceptos, pero la «pureza» metodológica sólo es asequible en ámbitos particulares. Presupone el hecho de la orientación en el mundo, que va implícito en la relación lingüística con éste. Recordemos, por ejemplo, el concepto de fuerza en física y los matices semánticos que resuenan en la palabra viva «fuerza» y hacen que el profano se interese por los conocimientos de la ciencia. Yo he podido mostrar alguna vez como la obra de Newton quedó integrada de este modo a través de Oetinger y de Herder en la conciencia pública alemana. El concepto de fuerza fue interpretado desde la experiencia viva de fuerza. Pero con ello el término conceptual se inserta en el idioma y queda individualizado hasta ser intraducible. Porque... a ver quién se atreve a traducir la sentencia de Goethe Im Anfang war die Kraft (en el principio era la fuerza) a otro idioma sin titubear con el mismo Goethe: «algo me dice que no puedo asegurarlo».
    Si tenemos presente esta tendencia a la individualización, veremos en el producto poético su culminación. Y si esto es así, cabe preguntar si la teoría de la sustitución se ajusta realmente al sentido de la expresión lingüística. La intraducibilidad que caracteriza en el límite al poema lírico, haciéndolo intransferible de un idioma a otro sin perder toda su fuerza poética, hace fracasar la idea de sustitución, de presencia de una expresión por otra. Pero esto parece independiente del fenómeno especial de un lenguaje poético superindividualizado con significación general. La sustituibilidad contradice, a mi juicio, al momento individualizante del acto lingüístico. Incluso cuando sustituimos, al hablar, una expresión por otra o la yuxtaponemos por facundia retórica o por autocorrección del orador, que no encontró mejor expresión al principio, el sentido del discurso se construye en el proceso de las expresiones sucesivas y sin salirse de esta singularidad fluida. Pero hay una salida cuando se introduce, en lugar de una palabra, otra de significado idéntico. Llegamos aquí al punto en el que la semántica desaparece para convertirse en otra cosa. Semántica es una teoría de la significación, especialmente de los signos verbales. Pero los signos son medios. Se utilizan y se desechan a discreción como todos los demás medios de la actividad humana. Cuando se dice de alguien que «domina sus recursos» se quiere significar que «los emplea correctamente en orden al fin». Decimos también que es preciso dominar un idioma para poder comunicarse en él. Pero el verdadero lenguaje es algo más que la elección de los medios para alcanzar determinados objetivos de comunicación. El idioma que uno domina es tal que uno vive en él, y esto es: lo que uno desea comunicar, no lo conoce de ninguna manera que no sea en su forma idiomática. Que uno mismo «elija» sus palabras, es un gesto o efecto con fines comunicativos en el cual el habla es inhibida. El habla «libre» fluye, en olvido de sí mismo, en la entrega a la cosa que es evocada en el médium del lenguaje. Esto es aplicable también al discurso escrito, a los textos. Porque también los textos, si se comprenden realmente, se funden de nuevo en el movimiento de sentido del discurso.
    Surge así, detrás del campo de investigación que analiza la constitución lingüística de un texto como un todo y destaca su estructura semántica, otro punto cardinal de búsqueda e indagación: la hermenéutica. Tiene su fundamento en el hecho de que el lenguaje apunta siempre más allá de sí mismo y de lo que dice explícitamente. No se resuelve en lo que expresa, en lo que verbaliza. La dimensión hermenéutica que aquí se abre supone evidentemente una limitación en objetivabilidad de lo que pensamos y comunicamos. No es que la expresión verbal sea inexacta y esté necesitada de mejora, sino que justamente cuando es lo que puede ser, transciende lo que evoca y comunica. Porque el lenguaje lleva siempre implícito un sentido depositado en él y que sólo ejerce su función como sentido subyacente y que pierde esa función si se explicita. Para aclararlo voy a distinguir dos formas de retracción del lenguaje detrás de sí mismo: lo callado en el lenguaje y, sin embargo, actualizado por éste, y lo encubierto por el lenguaje. Veamos primero lo dicho pese a ser silenciado. Lo que aparece este caso es el gran ámbito de la ocasionalidad de todo discurso y que interviene en la constitución de su sentido. Ocasionalidad significa la dependencia de la ocasión en que se utiliza un lenguaje. El análisis hermenéutico puede mostrar que esa dependencia de la ocasión no es a su vez algo ocasional, al modo de las expresiones denominadas, ocasionales como «aquí» o «esto», que no poseen evidentemente en su peculiaridad semántica ningún contenido fijo y señalable, sino que son utilizables en los distintos contenidos como formas vacías. El análisis hermenéutico puede mostrar que esa ocasionalidad constituye la esencia del habla. Porque cada enunciado no posee simplemente un sentido unívoco en su estructura lingüística y lógica, sino que aparece motivado. Sólo una pregunta subyacente en él confiere su sentido a cada enunciado. La función hermenéutica de la pregunta hace a su vez que el enunciado sea respuesta. No voy a referirme aquí a la hermenéutica de la pregunta, que está aún por estudiarse. Hay muchos géneros de pregunta y todos sabemos que la pregunta no necesita poseer siquiera una forma sintáctica para irradiar plenamente su sentido interrogativo. Me refiero al tono interrogativo, que puede conferir el carácter de pregunta a una frase formada sintácticamente como frase enunciativa. Pero también es un ejemplo muy bello su inversión, es decir, que algo que posee el carácter de pregunta adquiera el carácter de enunciado. A eso llamamos pregunta retórica. La pregunta retórica es pregunta sólo en la forma; en realidad es una afirmación. Y si analizamos cómo el carácter interrogativo pasa a ser afirmativo, vemos que la pregunta retórica se vuelve afirmativa al sobreentender la respuesta. Anticipa en cierto modo con la pregunta la respuesta común.
    La figura más formal en que lo no dicho aparece en lo dicho es, pues, la referencia a la pregunta. Habrá que indagar si esta forma de implicación es omnicomprensiva o si coexiste con otras formas. ¿Es aplicable, por ejemplo, a todo el campo de los enunciados que no son ya enunciados en sentido estricto porque no dan información, comunicación de un algo concebido como su intención propia y única, sino que poseen más bien un sentido funcional totalmente heterogéneo? Pienso en ciertos fenómenos del lenguaje, como la maldición o la bendición, el anuncio de la salvación dentro de una tradición religiosa, pero también el mandato o el lamento. Son modos de hablar que revelan su propio sentido porque son irrepetibles, porque su homologación, su transformación en un enunciado informativo, por ejemplo, del estilo «afirmo que te maldigo», modifica totalmente o incluso destruye el sentido del enunciado, el carácter de maldición en este caso. ¿La frase es también aquí respuesta a una pregunta motivante? ¿Es así, y sólo así, inteligible? Lo cierto es que el sentido de todas esas formas de enunciado, desde la maldición a la bendición, es irrealizable si no reciben su determinación semántica de un contexto de acción. Es innegable que también estas formas de enunciado poseen el carácter de la ocasionalidad, porque la ocasión de su contenido se cumple en la comprensión.
    El problema adquiere otro nivel cuando afrontamos un texto «literario» en el sentido fuerte del adjetivo. Porque el «sentido» de tal texto no está motivado ocasionalmente, sino que pretende por el contrario ser válido «siempre», es decir, ser «siempre» respuesta, y esto significa suscitar inevitablemente la pregunta cuya respuesta es el texto. Precisamente tales textos son los objetos preferidos de la hermenéutica tradicional, como la crítica teológica, la crítica jurídica y la crítica literaria, pues en ellos se plantea la tarea de despertar el sentido fosilizado desde la letra misma.
    Pero en las condiciones hermenéuticas de nuestra conducta lingüística aparece aún, a un nivel más profundo, otra forma de reflexión hermenéutica que no afecta sólo a lo no dicho, sino a lo encubierto por el lenguaje. Que el lenguaje puede encubrir con el acto mismo de su ejecución es obvio en el caso especial de la mentira. El complejo entramado de las relaciones humanas en el que se produce la mentira, desde las fórmulas de cortesía oriental hasta la clara ruptura de confianza entre personas, no posee como tal un carácter primariamente semántico. El que miente bajo presión lo hace sin titubear y sin dar muestras de azoramiento; es decir, encubre también el encubrimiento de su lenguaje. Pero este carácter de mentira adquiere claramente una realidad lingüística especialmente allí donde el objetivo es evocar la realidad mediante el lenguaje; es decir, en la obra de arte lingüística. Dentro de la totalidad lingüística de un conjunto literario el modo de encubrimiento que se llama mentira posee sus propias estructuras semánticas. El lingüista moderno habla entonces de señales que delatan el encubrimiento latente en un enunciado. La mentira no es simplemente la afirmación de algo falso. Se trata de un lenguaje encubridor que sabe lo que dice. Y por eso la tarea de la exposición lingüística en el contexto literario es el descubrimiento de la mentira o, más exactamente, la comprensión del carácter falaz de la mentira en cuanto que ésta responde a la verdadera intención del hablante.
    En cambio, el encubrimiento en tanto que error es de otra naturaleza. La conducta lingüística en el caso de la afirmación correcta no difiere en nada de la conducta lingüística en el caso de la afirmación errónea. El error no es un fenómeno semántico, pero tampoco un fenómeno hermenéutico, aunque intervienen ambos aspectos. Los enunciados erróneos son una expresión «correcta» de opiniones erróneas, pero como fenómeno expresivo y lingüístico no son específicos frente a la expresión de opiniones correctas. La mentira es un fenómeno lingüística destacado, pero en general un caso irrelevante de encubrimiento. No sólo porque las mentiras no llegan lejos, sino porque se insertan en una conducta lingüística que se confirma en ellas en cuanto que presuponen el valor del lenguaje como comunicación de la verdad y este valor se restablece en la adivinación o el desenmascaramiento o el descubrimiento de la mentira. El convicto de mentira reconoce dicho valor. Sólo cuando la mentira no es consciente de sí misma en tanto que encubrimiento adquiere un nuevo carácter que determina la relación global con el mundo. Conocemos este fenómeno como mendacidad, en la que se ha perdido el sentido de la verdad y la verdad en general. Esa mendacidad no se reconoce a sí misma y se asegura contra su desenmascaramiento mediante el discurso mismo. Se aferra a sí misma extendiendo el velo del discurso sobre sí. Aquí aparece el poder del discurso, aunque siempre en la situación embarazosa de un veredicto social en su desarrollo completo y global. La mendacidad se convierte así en ejemplo de la autoalienación que puede sufrir la conciencia lingüística y que reclama una disolución mediante el esfuerzo de reflexión hermenéutica. Hermenéuticamente, el conocimiento de la mendacidad significa para el interlocutor que el otro está excluido de la comunicación porque no es consecuente consigo mismo.
    En efecto, la acción de la hermenéutica es baldía cuando no hay entendimiento con los demás ni consigo mismo. Las dos formas más importantes de encubrimiento mediante el lenguaje que ha de abordar sobre todo la reflexión hermenéutica y que voy a analizar a continuación atañen a este encubrimiento mediante el lenguaje que determina toda la relación con el mundo. Una es la aceptación sin reparo de los prejuicios. Constituye una estructura fundamental de nuestro lenguaje el que seamos dirigidos por ciertos preconceptos y por una precomprensión en nuestro discurso, de suerte que esos preconceptos y esa precomprensión permanecen siempre encubiertos y se precisa una ruptura de lo que subyace en la orientación del discurso para hacer explícitos los prejuicios como tales. Esto suele generar una nueva experiencia. Esta hace insostenible el prejuicio. Pero los prejuicios profundos son más fuertes y se aseguran reivindicando el carácter de evidencia o se presentan incluso como presunta liberación de todo prejuicio y refuerzan así su vigencia. Conocemos esta figura lingüística de refuerzo de los prejuicios como repetición obstinada, propia de todo dogmatismo. Pero la conocemos también en la ciencia cuando, so pretexto de conocimiento sin presupuestos y de objetividad de la ciencia, se transfiere el método de una ciencia acreditada como la física, sin modificación metodológica, a otras áreas, como el conocimiento de la sociedad. Y sobre todo, como ocurre cada vez más en nuestro tiempo, cuando se invoca la ciencia como instancia suprema de procesos de decisión social. Eso es desconocer los intereses que se asocian al conocimiento, y esto sólo puede mostrarlo la hermenéutica. Podemos concebir esta reflexión hermenéutica como crítica de la ideología que pone a ésta en entredicho, es decir, que explica la presunta objetividad como expresión de la estabilidad de las relaciones de poder. La crítica de la ideología intenta explicitar y disolver con ayuda de la reflexión histórica y sociológica los prejuicios sociales imperantes, esto es, intenta deshacer el encubrimiento que preside la influencia incontrolada de tales prejuicios. Es una tarea de extrema dificultad. Porque el poner en duda lo obvio provoca siempre la resistencia de todas las evidencias prácticas. Pero aquí reside justamente la función de la teoría hermenéutica: ésta crea una disposición general capaz de bloquear la disposición especial de unos hábitos y prejuicios arraigados. La crítica de la ideología constituye una forma concreta de reflexión hermenéutica que intenta disolver críticamente un determinado género de prejuicios.
    Pero la reflexión hermenéutica es de alcance universal. A diferencia de la ciencia, tiene que luchar por su reconocimiento incluso cuando no se trata del problema sociológico de crítica de la ideología, sino de una autoilustración de la metodología científica. La ciencia descansa en la particularidad de aquello que ella eleva a objeto con sus métodos objetivantes. Se define como ciencia metodológica moderna por una renuncia inicial a todo lo que se sustrae a sus procedimientos. Así produce la impresión de conocimiento global que oculta en realidad la defensa de ciertos prejuicios e intereses sociales. Piénsese en el papel del experto en la sociedad actual, cómo la voz del experto influye en la economía y en la política, en la guerra y en el derecho más que los estamentos políticos, que representan la voluntad de la sociedad.
    Pero la crítica hermenéutica sólo adquiere su verdadera eficacia cuando llega a reflexionar sobre su propio esfuerzo crítico, es decir, sobre el propio condicionamiento y la dependencia en que se halla. Creo que la reflexión hermenéutica que esto realiza se aproxima más al ideal cognitivo porque hace tomar conciencia incluso de las ilusiones de la reflexión. Una conciencia crítica que encuentra en todo prejuicio y dependencia, pero que se considera ella misma absoluta, es decir, libre de prejuicios e independiente, incurre necesariamente en ilusiones. Porque sólo es motivada por aquello cuya crítica ella es. Hay para ella una dependencia indestructible respecto a aquello que combate. La plena liberación de los prejuicios es una ingenuidad, ya se presente como delirio de una ilustración absoluta, como delirio de una experiencia libre de los prejuicios de la tradición metafísica o como delirio de una superación de la ciencia por la crítica de la ideología. Creo, en todo caso, que la conciencia hermenéuticamente ilustrada pone de manifiesto una verdad superior al involucrarse en la reflexión. Su verdad es la verdad de la traducción. Su superioridad consiste en convertir lo extraño en propio al no disolverlo críticamente ni reproducirlo acríticamente, al revalidarlo interpretándolo con sus propios conceptos en su propio horizonte. La traducción puede hacer confluir lo ajeno y lo propio en una nueva figura, estableciendo el punto de verdad del otro frente a uno mismo. En esa forma de reflexión hermenéutica, lo dado lingüísticamente queda eliminado en cierto modo desde su propia estructura lingüística mundana. Pero esa misma realidad -y no nuestra opinión sobre ella- se inserta en una nueva interpretación lingüística del mundo. En este proceso de constante avance del pensamiento, en la aceptación del otro frente a sí mismo, se muestra el poder de la razón. Esta sabe que el conocimiento humano es y será limitado aun cuando sepa de su propio límite. La reflexión hermenéutica ejerce así una autocrítica de la conciencia pensante que retrotrae todas sus abstracciones, incluidos los conocimientos de las ciencias, al todo de la experiencia humana del mundo. La filosofía, que es siempre, expresamente o no, una crítica del pensamiento tradicional, es ese ejercicio hermenéutico que funde las totalidades estructurales que elabora el análisis semántico en el continuo de la traducción y la conceptuación en que existimos y desaparecemos.

Gadamer, H. G. (1998). Verdad y Método I. Traducción por Manuel Olasagasti sobre el original alemán: Warheit und Methode I). Salamanca, España: Sígueme. Cap. 13, pp. 171- 179.


viernes, 25 de mayo de 2012

Reflexión sobre el habla


El hombre habla, no sólo en estado de vigilia de su “ser ahí”, sino también cuando  sueña. Él no habla de vez en cuando, sino siempre. Siempre, quede claro, no sólo cuando  deja traslucir su discurso, sino que habla en la vigilia y el sueño, también entonces,  aunque no deje vislumbrar una palabra. En la vigilia de su “ser ahí” no deja translucir  ninguna palabra en particular, especialmente cuando escucha en silencio el discurso de otro, o cuando lee también en silencio lo escrito.  Exclusivamente por eso, lo dicho  sugiere que estamos hablando también al escuchar silenciosamente o al leer, porque en  ambos casos nos ocupamos, al entender, de la lengua oral y escrita. A partir de aquí se podría opinar: no hablamos cuando no dejamos vislumbrar palabras, ni cuando nos  ocupamos entendiendo de manera oral y escrita, sino cuando nos aplicamos en silencio a  un trabajo o a una simple faena o, por el contrario, cuando descansando de tales  actividades, nos dedicamos al ocio. En cambio, hablamos también en estas situaciones  del “ser ahí”. El hombre habla siempre y en todos los ámbitos de su “ser ahí”, aunque las  formas de su discurso no son uniformes, sino heterogéneas. El hecho de que se hable en  todos los modos de ejecución de nuestro “ser ahí” -también allí donde nosotros  habitualmente no sospechamos- indica que hablar en este sentido amplio e integral nos  es “natural". Lo que nos es natural, pertenece a nuestra “Naturaleza”, a nuestra esencia, a  la esencia del ser humano. Lo que pertenece a la esencia del ser humano, lo determina  intrínsecamente; no puede solamente ser el resultado de un acto de voluntad, sino que lo  determina ya antes de todo acto de voluntad. Con todo esto queda indicado cómo el  hablar y la lengua determinan la comprensión misma y la comprensión cósmica del ser  humano naturalmente. Queda abierto todavía qué es,  pues, lo lingüístico en todos los  modos de realización de la comprensión de uno mismo y de la del mundo.
Martin Heidegger 

domingo, 29 de abril de 2012

EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL LENGUAJE DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA LINGÜÍSTICA COGNITIVA


EL PROBLEMA DEL ORIGEN DEL LENGUAJE DESDE EL PUNTO DE VISTA DE LA LINGÜÍSTICA COGNITIVA

JORGE FERNÁNDEZ JAÉN
Universidad de Alicante
Jorge.Fernandez@ua.es


1. ¿Cuándo apareció el lenguaje? La eterna pregunta
    Probablemente no haya en el marco de las ciencias humanas un asunto más trascendental que el de cuándo y cómo surgió la capacidad lingüística. El lenguaje humano, y esto es algo sabido y compartido por multitud de disciplinas que abarcan desde la filosofía hasta las neurociencias, es sin duda el atributo más distintivo de la especie humana, su más notoria seña de identidad, por lo que dar una respuesta al enigma de su aparición permitiría entender multitud de aspectos decisivos sobre la naturaleza del Homo sapiens. Lejos ya de aquel annus horribilis de 1866 en el que la prestigiosa Société de Linguistique de París prohibió a sus miembros por vía estatutaria la publicación de trabajos que versaran sobre esta cuestión alegando para ello que cualquier hipótesis sobre ese problema no podría pasar nunca de una mera especulación indemostrable1 (Iacoboni, 2009: 87), la investigación científica sobre tan fundamental cuestión se halla hoy en día en un momento especialmente productivo. Con todo, sí es de notar que la Lingüística, por paradójico que esto pueda parecer, es la disciplina que más tarde se ha puesto manos a la obra en el empeño de descifrar los entresijos de la glotogonía.
    En efecto, hasta hace relativamente poco, los estudios sobre el origen del lenguaje eran desarrollados fundamentalmente por los biólogos y los arqueólogos, mientras que los lingüistas se dedicaban a análisis mucho más inmanentes, de sesgo marcadamente gramatical. Este hecho ilustra perfectamente la actitud que casi siempre ha mantenido la ciencia lingüística acerca de la naturaleza del lenguaje; para muchas escuelas (sobre todo las de inspiración formalista) el lenguaje es un fenómeno autoevidente, casi perfecto, consumado en su propia lógica interna y ajeno a elementos externos. Sin embargo, con la espectacular irrupción de la Gramática Generativa de N. Chomsky en los años 50 y 60 del siglo XX la situación cambia. Chomsky dotará a la Lingüística de una nueva y revolucionaria orientación en la que el lenguaje empezará a considerarse como un atributo natural (y biológico, por tanto) de los seres humanos, codificado en su ADN y regulado por una concreta zona del cerebro especializada en su producción y procesamiento. El lenguaje, por todo ello, se entiende desde esta óptica que ha de ser un instinto biológico. Las consecuencias teóricas de esta hipótesis son notables, sobre todo si se tiene en cuenta que para Chomsky y sus seguidores el origen del lenguaje debió de ser abrupto e inmotivado, producto de una exaltación cerebral que vinculó  aleatoriamente las zonas del cerebro adecuadas para que el lenguaje, con su diseño actual, pudiera aparecer.
    A pesar de que actualmente contamos con un gran número de trabajos sobre el origen del lenguaje desarrollado en el ámbito de la lingüística generativa, es necesario reconocer que los postulados de Chomsky son, cuando menos, muy parciales a la hora de explicar cómo emergió. Además, numerosas investigaciones, realizadas desde otros campos como la antropología o la psicología evolutiva, indican que las cosas pudieron suceder de un modo muy distinto del que plantea la escuela minimalista del gran investigador norteamericano. Por tanto, existen todavía numerosas preguntas sin responder sobre la cuestión que nos ocupa. Heine y Kuteva (2007: 2-3) plantean, en este sentido, los siguientes interrogantes:
a. ¿Por qué evolucionó el lenguaje y con qué propósito?
b. ¿Dónde y cuándo se desarrolló?
c. ¿Quiénes fueron los creadores del primer lenguaje?
d. ¿Fue su origen monogenético o poligenético? Dicho de otro modo, ¿las lenguas modernas derivan de un lenguaje ancestral o de más de uno?
e. ¿Estaban las formas y estructuras propias del lenguaje primitivo motivadas o eran arbitrarias?
f. ¿Se originó el lenguaje como un sistema vocal o como un sistema gestual?
g. ¿Puede relacionarse la génesis del lenguaje con el comportamiento de los animales?
h. ¿Fue la evolución del lenguaje abrupta o gradual?
i. ¿Qué es más antiguo, el léxico o la gramática?
j. ¿Cómo era la estructura del lenguaje cuando apareció?
k. ¿Cómo ha cambiado el lenguaje desde su origen hasta ahora?
l. ¿Cuánto tiempo tardó en desarrollarse la estructura que podemos encontrar en las lenguas modernas?
m. ¿Cómo se desarrolló la fonología?
n. ¿Cómo aparecieron las propiedades que creemos que son específicas de las lenguas humanas modernas, particularmente la sintaxis y el uso recursivo de las estructuras lingüísticas?
    Todas estas preguntas aún no han recibido una respuesta definitiva, por lo que es necesario que la ciencia del lenguaje siga ocupándose de ellas en colaboración con otras disciplinas afines como la biología. En lo que sigue expondremos sucintamente cuáles son las líneas de trabajo que la última gran escuela de la lingüística internacional, la lingüística cognitiva, está desarrollando en la actualidad en el terreno del estudio del origen del lenguaje.

2. Lingüística cognitiva: un nuevo paradigma

    La historia es conocida. En los años 70 diversos lingüistas como R. Langacker, G. Lakoff o L. Talmy mostraron su descontento con la gramática generativa y propusieron en diversos trabajos inaugurales nuevas ideas acerca de la naturaleza del lenguaje. Poco después aparecieron varios libros en los que cristalizaban esas ideas y adquirían la categoría de modelo teórico plenamente constituido. Así, en 1980 apareció un trabajo ya clásico de Lakoff y Johnson en el que se propone la teoría cognitiva de la metáfora, una de las propuestas más fecundas de la Lingüística de los últimos años. En 1985 Fauconnier presentó la primera versión de la Teoría de los Espacios Mentales (original hipótesis sobre la representación cognitiva del significado) y poco después, en 1987, fueron publicados los trabajos de Lakoff (1987) y de Langacker (1987) que proporcionaron los fundamentos para un análisis cognitivo del significado y de la gramática. Estos trabajos fueron complementados por otros que vendrían poco después, como los de Talmy (1988), Geeraerts (1988, 1997), Taylor (1989), Sweetser (1990), o Langacker (1991), de manera que puede decirse que desde los años noventa la lingüística cognitiva es una disciplina completamente asentada.
    La idea fundamental defendida por esta escuela es que el lenguaje humano es un producto cognitivo de representación y verbalización de la realidad relacionado con los demás procesos cognitivos del pensamiento (de los que depende y con los que se integra sin solución de continuidad), tales como la memoria, la percepción sensorial o la capacidad para esquematizar conceptualmente la información. Esta tesis básica se compone de una serie de axiomas, que se pueden resumir como sigue:
a. El lenguaje no debe entenderse como un conjunto finito de reglas matemáticas (al estilo generativista) sino como un sistema maleable e irregular, en el que no hay límites discretos entre las distintas unidades gramaticales. En este sentido, la lingüística cognitiva defiende la prototipicidad de las categorías, es decir la ausencia de equivalencia total de todos los elementos de una categoría concreta. De este modo, este modelo estudia todas las formas lingüísticas, desde las más regulares hasta las más extrañas o periféricas.
b. La sintaxis, la semántica y la pragmática funcionan simultáneamente y son inseparables. En conjunto permiten la existencia de los Modelos Cognitivos Idealizados (MCI6) que forman nuestro pensamiento, por lo que no existe una nítida separación entre lo lingüístico y lo enciclopédico o cultural.
c. El lenguaje es, por definición, creativo e imaginativo; el hablante interviene en su diseño aplicando su subjetividad. Por esta razón, las metáforas y las metonimias (lejos ya de su definición retórica tradicional), pasan a ser en este modelo los vínculos principales entre realidad y lenguaje.
d. Por todo lo anterior, para la lingüística cognitiva lo primordial para el funcionamiento y desarrollo del lenguaje es el uso pragmático, la comunicación diaria entre los hablantes. De este modo, las necesidades comunicativas, el punto de vista de los participantes, las creencias individuales, los límites biológicos que nos caracterizan como especie, etc., son las fuerzas y barreras que pautan la estructuración lingüística: la necesidad es previa al uso, la función previa a la forma y el significado previo a la abstracción gramatical.
    En suma, la lingüística cognitiva es contraria a la tesis generativista de que la gramática (la sintaxis, en realidad) del lenguaje humano sea instintiva y modular, es decir, que sea el producto de una macromutación genética que tuvo lugar en un breve período de tiempo hace unos 140.000 años7. La perspectiva cognitiva también rechaza la supuesta autonomía de la sintaxis, o lo que es lo mismo, la desconexión de ésta de otros aspectos de la cognición. En lugar de eso, autores como J. Haiman (1985) o T. Givón (1991) propondrán una visión icónica de la gramática, en la que las estructuras morfosintácticas reproducen parcialmente aspectos relacionados con la captación de la realidad (forma de ver el espacio y comprender el tiempo, por ejemplo) o con el funcionamiento del cerebro.
    Lo curioso es que pese a que la lingüística cognitiva posee un más que notable basamento teórico y descriptivo, verificado ya en multitud de lenguas, aún no ha propuesto demasiadas teorías sobre el origen del lenguaje. Da la impresión, incluso, de que este problema tan importante no esté en el programa básico de preocupaciones científicas de esta escuela. Por esta razón, a pesar de que ya contamos con varias décadas de tradición en lingüística cognitiva, su reflexión teórica sobre la glotogonía aún es escasa. En consecuencia, todavía hoy la cuestión del origen del lenguaje sigue pareciendo un asunto propio de los lingüistas generativos. No obstante, en los últimos años diversos lingüistas cognitivos han iniciado interesantes investigaciones en este campo, cuyas principales hipótesis revisaremos en el apartado siguiente.

3. Un nuevo escenario para el origen del lenguaje
Tanto la lingüística generativa como la lingüística cognitiva son perspectivas de inspiración psicológica; sin embargo, pese a ese denominador común, ambas difieren en aspectos sustanciales, como ya hemos adelantado. Así, para la escuela de Chomsky el lenguaje es un producto psicológico por el hecho de ser procesado por el cerebro de un modo altamente especializado, mientras que para los autores cognitivos el lenguaje es intrínsecamente psicológico por estar fusionado con los procesos generales de la cognición. Este distinto enfoque comporta estas tres diferencias:
Lingüística generativa
Lingüística cognitiva
-          La sintaxis es autónoma
-          La sintaxis es instintiva
-          El uso lingüístico es irrelevante
-          La sintaxis es icónica
-          La sintaxis es funcional
-          El uso lingüístico es decisivo

¿Hay algún modo de compatibilizar estas dos posturas? En principio los desacuerdos entre ambas son irresolubles, puesto que la aceptación de los fundamentos de cualquiera de los dos modelos imposibilita casi por defecto la asunción de hipótesis enunciadas desde el otro. Con todo, es importante insistir en que, discusiones de detalle aparte, hay ideas en ambas perspectivas que pueden ser recuperadas y debidamente aprovechadas10. La idea nuclear del generativismo es que el lenguaje es instintivo y la del cognitivismo que el lenguaje es el resultado de la interacción de patrones psicológicos, antropológicos, culturales y sociales; aun así, hay algo que ninguna de las dos perspectivas puede negar: que existen numerosos mecanismos cognitivos en nuestra especie que sí parecen completamente instintivos, tales como la capacidad de comparar diferentes entidades y extraer un patrón común, la capacidad de mentir o las habilidades de tipo social. Lo que ocurre es que para los seguidores de Chomsky esos mecanismos son independientes del lenguaje, mientras que los autores cognitivistas aún no han explorado en toda su dimensión su incidencia en el desarrollo de las lenguas naturales11. Pues bien, puede que en la interconexión entre los mecanismos innatos y los mecanismos culturales se encuentre un camino sólido para estudiar el origen del lenguaje.

4. Evolución de la complejidad sintáctica: el regreso al origen del lenguaje
    Numerosos autores contrarios al generativismo han defendido que el lenguaje tuvo que evolucionar de un modo gradual y altamente motivado, siguiendo las pautas de la selección natural de Darwin. Esta idea ha sido aceptada, con los matices necesarios en cada caso, por diversos lingüistas, lo que ha permitido que se hayan hecho ya algunas propuestas interesantes. Lo que este punto de vista propone es que el lenguaje, con toda su enorme complejidad actual, quizá no sea más que el resultado de miles de años de evolución gracias a los cuales estructuras simbólicas muy sencillas y motivadas se han ido transformando gradualmente en estructuras paulatinamente más abstractas hasta llegar a un diseño tan complejo que impide ver el camino recorrido. Este marco general de investigación es especialmente importante porque, de demostrarse su tesis, se invalidaría de inmediato el planteamiento chomskiano de que la sintaxis es un producto emergente ajeno a los vaivenes de la evolución natural.
    Para Chomsky, la sintaxis no puede derivarse de ninguna necesidad comunicativa previa (la cual forzosamente habría de estar implicada en su desarrollo) sino que debido a su fría lógica interna tuvo que aparecer espontáneamente. En este sentido, la recursividad o capacidad para establecer ilimitadas relaciones de jerarquía estructural entre sintagmas y oraciones a partir de un conjunto finito de reglas transformacionales sería su más notoria seña de identidad. Más aún: la recursividad sigue siendo la propiedad más aparentemente inexplicable de la gramática, por lo que no es extraño que los lingüistas situados en la órbita generativa la invoquen como argumento de autoridad.
    Sin embargo, actualmente han sido propuestas desde la perspectiva cognitivista otras interpretaciones que anulan esa concepción de la recursividad como si se tratara de una creación ex nihilo. De entrada, no todas las lenguas tienen recursividad; los pidgins y la lengua Pirahã (hablada en Australia) carecen de ella (Everett, 2005; Heine y Kuteva, 2007: 272). Por otro lado, hay teorías cognitivas que permiten reconstruir cómo se creó la sintaxis y su potencial recursivo, sin acudir en ningún caso a interpretaciones exaptativas. Además, estas teorías se basan en datos lingüísticos de tipo histórico que se pueden someter a interpretaciones estadísticas, por lo que no sólo son plausibles, sino que también son verificables empíricamente.
    Los libros de Heine y Kuteva (2007) y Givón (2009) son dos muestras excelentes del rumbo que está tomando la lingüística cognitiva en relación con el origen del lenguaje13. Estos dos trabajos, elaborados por tres de los más conspicuos representantes del modelo cognitivo-funcional, muestran de un modo convincente que la gramática puede que no sea más que un diseño complejo creado gracias al efecto de la evolución comunicativa y a la interrelación de múltiples procesos psicológicos. Además, en ambos libros se ejemplifica cada fenómeno analizado con oraciones de numerosas lenguas.
    Heine y Kuteva (2007) aplican en su trabajo la teoría de la gramaticalización al origen del lenguaje. Como es sabido, la teoría cognitiva de la gramaticalización se encarga de estudiar los procesos históricos por los que las unidades léxicas libres y plenas semánticamente se transforman con el tiempo en estructuras más abstractas (como adverbios, marcadores discursivos o morfemas)
y las unidades gramaticales se vuelven todavía más gramaticales. Lo interesante es que, según han notado muchos autores, los pasos diacrónicos que conducen de lo léxico a lo gramatical son sorprendentemente regulares, como si hubiera guiones totalmente programados a través de los cuales las palabras se convierten en elementos puramente funcionales.
    El hecho de que los principios de la gramaticalización sean generales y, normalmente, unidireccionales (es decir, que una vez iniciada una cadena de gramaticalización ésta es irreversible) ha hecho pensar que la evolución gramatical de las lenguas es más estable y predecible de lo que siempre se había creído. Tanto es así que, aceptando una conocida metáfora de Sweetser (1990: 10) podría decirse que una determinada lengua en un momento sincrónico es como una partida de ajedrez a medias; aunque no sepamos cómo se ha llegado a ese resultado podremos suponerlo si conocemos las reglas del juego, del mismo modo que podremos imaginar cómo va a seguir evolucionando en el futuro la partida. De este modo la teoría de la gramaticalización ofrece pautas generales con las que reconstruir la evolución morfosintáctica de las lenguas.
    Pues bien, Heine y Kuteva (2007) han aplicado sistemáticamente la teoría de la gramaticalización al origen de la gramática (y, consecuentemente, de la recursividad) siguiendo esta hipótesis: si los cambios por gramaticalización son unidireccionales, ¿podemos desandar el camino y llegar al punto de partida original? Tras analizar procesos de cambio morfosintáctico de unas 500 lenguas y tras contrastar los datos con diversos principios cognitivos, Heine y Kuteva proponen que la gramática se desarrolló siguiendo un patrón compuesto por seis estadios sucesivos, en el que la complejidad formal fue aumentando gradualmente.
    En el primer estadio, sólo habría sustantivos. La tesis de que en la gramática primigenia sólo podría haber nombres es perfectamente lógica, teniendo en cuenta que esta clase gramatical es la más básica y la que más procesos de gramaticalización puede desencadenar. En todas las lenguas los sustantivos son capaces de generar adjetivos, adverbios, marcadores discursivos, conjunciones subordinantes y prácticamente cualquier categoría gramatical. Por el contrario, es casi imposible que otra categoría se transforme con el tiempo en sustantivo, lo que indica claramente que hay un orden natural de evolución: sustantivos primero, otras categorías después.
    Tras el sustantivo es el verbo la categoría gramatical más básica, puesto que expresa nociones elementales como son las acciones, los estados y los procesos, por lo que es lógico que apareciera en un segundo estadio. De hecho, Heine y Kuteva consideran que los verbos quizá se desarrollaron casi al mismo tiempo que los sustantivos. Al igual que éstos, los verbos son una fuente constante de otras categorías por medio de procesos de gramaticalización, y así es frecuente que conduzcan a marcadores discursivos, adverbios, demostrativos o marcas de voz pasiva, tal y como sucede en lenguas como el tagalo, el vietnamita o el chino. Por tanto, en los primeros estadios de la gramática sólo habría sustantivos para nombrar las realidades inmediatas y, poco después, verbos para indicar qué hacen o qué les sucede a esos sustantivos.
    Una vez que una gramática básica de sustantivos y verbos estuviera asentada, las necesidades de la comunicación exigirían desarrollar, en un tercer estadio, otras categorías con las que matizar la información expresada por sustantivos y verbos. De este modo, derivados de ellos, aparecieron otras dos categorías, la de los adjetivos, que perfilarían el significado de los sustantivos, y la de los adverbios, para especificar cómo se comportan los verbos. Para Heine y Kuteva estas dos clases de palabras se encuentran en un estadio intermedio porque por un lado sólo pudieron emerger de sustantivos o verbos previos y, por otro, son ellos mismos una fuente muy general de procesos de gramaticalización. Así, los adjetivos se transforman con facilidad en marcadores discursivos, pronombres clíticos y afijos, mientras que de los adverbios suelen derivarse demostrativos (como ocurre en diversa lenguas africanas) elementos subordinantes y marcas aspectuales. Por tanto en este tercer estadio la gramática empezó a articularse en secuencias sintácticas más complejas, con elementos subordinados conceptualmente a otros más prominentes en la secuencia.
    En el cuarto estadio la elaboración estructural de la frase aumenta considerablemente. Procedentes de todos los elementos de los estadios anteriores aparecen los demostrativos, las preposiciones, la información aspectual (el grado de perfectividad o imperfectividad de las acciones, estados y procesos expresados por los verbos) y los elementos de negación. Todas estas categorías sirven para expresar información acerca de los sustantivos, verbos y adjetivos con mayor precisión, introduciendo complementos más complejos, referencias deícticas y otros matices expresivos. A pesar de que los elementos que aparecen en este estadio se encuentran ya fuertemente gramaticalizados y tienen muy poco contenido léxico, son capaces de gramaticalizarse aún más, generando otros elementos funcionales. Así, los demostrativos pueden transformarse en pronombres, artículos y conjunciones subordinantes tales como pronombres relativos (como ha sucedido en lenguas como el inglés o el sueco). Las preposiciones, por su parte, se pueden convertir en morfemas de otras palabras y en conjunciones subordinantes, mientras que los elementos aspectuales del verbo pueden generar marcas de temporalidad.
    Por todo ello, en un quinto estadio se produjeron los cambios sintácticos más trascendentales. Con el desarrollo de pronombres, artículos y conjunciones surge la subordinación oracional, entendida como la rutinización de estructuras progresivamente más abstractas. Además, con los pronombres se puede utilizar el lenguaje por primera vez para hablar de elementos (personas o cosas) que no están físicamente presentes en el acto comunicativo, lo que se denomina deixis representacional o fantasmagórica (Cifuentes Honrubia, 1989: 104). Por último, gracias al desarrollo del tiempo verbal (evolucionado a partir del aspecto16) surge el desplazamiento cognitivo, es decir, el hecho de poder hablar explícitamente del pasado y del futuro y no sólo del presente. Las categorías de este estadio, como se ve, están ya fuertemente gramaticalizadas; aun así, algunos elementos aún pueden gramaticalizarse más.
    Finalmente, en el estadio seis la gramática alcanzaría su diseño más sofisticado con el desarrollo de la modalidad deóntica (expresión de la obligatoriedad), la modalidad epistémica (expresión del conocimiento), la diátesis pasiva y la subordinación adverbial. Por ejemplo, como se puede apreciar en vasco, ciertos pronombres se pueden gramaticalizar hasta convertirse en marcas de pasividad. En definitiva, la propuesta de Heine y Kuteva muestra cómo pudo ir desarrollándose la gramática de una manera progresiva; desde los primeros momentos en que sólo había sustantivos y verbos, se fue pasando a estadios paulatinamente más complejos, y aparecieron poco a poco elementos más funcionales (gramaticalizados siempre a partir de los elementos anteriores) que ajustaron cada vez más la estructuración morfosintáctica. Así, de una sintaxis compuesta únicamente por sustantivos que equivalían a oraciones enteras, se pasó a una sintaxis telegráfica de sustantivos y verbos; después otros elementos aparecieron para matizar semánticamente a los núcleos nominales y verbales y, una vez con sustantivos, verbos, adjetivos y adverbios, la gramaticalización tomó nuevos caminos mucho más abstractos, lo que permitió que se desarrollara la recursividad sintáctica. Con todo, es importante insistir en que esta interpretación de Heine y Kuteva permite imaginar cómo se desarrolló la gramática, pero no predice cuándo aparecieron en la mente del Homo sapiens las necesidades comunicativas que habrían de gramaticalizarse después. Dicho de otro modo: una cosa es determinar de qué categorías proceden los adverbios de negación, por ejemplo, y otra averiguar cuándo tuvieron nuestros antepasados conciencia mental del significado NEGACIÓN, que naturalmente fue antes que la codificación efectiva de ese contenido en forma de adverbio17.
    Por su parte, Givón (2009) lleva a cabo un interesante análisis de la recursividad oracional. Para este autor la complejidad gramatical está unida a los procesos generales de la evolución humana y, por ello, no es ajena a las pautas de la evolución darwinista. Para Givón el origen de la complejidad sintáctica debe analizarse en tres dominios distintos, a saber:
a. La diacronía: Para entender cómo se desarrolló la complejidad sintáctica se debe analizar la sintaxis histórica de las lenguas actuales.
b. La ontogenia: Los procesos de adquisición lingüística por parte de los niños pueden revelar información básica sobre el desarrollo de la sintaxis en el origen del lenguaje.
c. La filogenia: Las aspectos generales de la evolución humana en términos biológicos resultan indispensables para reconstruir el desarrollo de la sintaxis, puesto que los mecanismos cognitivos y neurológicos (previos al lenguaje y relacionados con él) tuvieron que influir necesariamente en el desarrollo de ésta.
    Tendiendo puentes entre estos tres dominios, Givón presenta la sintaxis humana como el resultado de la paulatina elaboración de unas necesidades comunicativas que encontraron en la mente de los hablantes y en su configuración biológica todo lo necesario para desarrollarse; nuestros antepasados construyeron el lenguaje apoyándose en su sistema neurocognitivo, que les permitía usar la memoria para recordar palabras (los elementos, como en la teoría de Heine y Kuteva, más antiguos y primarios), representar mentalmente eventos, y encadenar conceptualmente con el paso del tiempo dichos eventos en estructuras con mayor condensación informativa, como las oraciones subordinadas. Además, la necesidad de transmitir esos contenidos a otros individuos de la especie de un modo rápido hizo que esa capacidad de representación de la realidad se afianzara psicológicamente.
    A ello debió de ayudar el entramado neurológico que controla la percepción visual; hoy se sabe que ésta se procesa en el cerebro en dos zonas diferentes (muy próximas a las áreas de Broca y Wernicke, las zonas corticales más importantes para el procesamiento lingüístico), una para la visión de objetos y otra para la comprensión de la movilidad espacial, y quizá aquí se halle el soporte para la configuración básica de las oraciones, puesto que se ha demostrado que ambas zonas se activan mutuamente: el cerebro comprende las palabras (objetos de la realidad) y simultáneamente comprende que éstas se relacionan con acciones verbales (objetos en movimiento). Por tanto, el desarrollo gradual de la complejidad sintáctica fue posible porque el diseño del cerebro permitió y aun reforzó que así ocurriera.
    En suma, para Givón el lenguaje es el producto de la adecuación simultánea de múltiples factores, lo que lo convierte en un diseño altamente complejo. Con todo, por peculiar que pueda parecer la gramática de las lenguas, numerosos datos procedentes de los tres dominios antes mencionados permiten defender la tesis de que el lenguaje tuvo que crearse siguiendo los mismos principios evolutivos que los demás sistemas complejos de la naturaleza: los de la selección natural.
Además, los lingüistas cognitivos hacen suyo en relación al origen del lenguaje el principio teórico del actualismo (utilizado sobre todo en paleontología), que entiende que los fenómenos que hoy pueden observarse tal vez sean semejantes a los fenómenos del pasado; así, los procesos de gramaticalización que se dan en todas las lenguas y que documentamos desde que existe la escritura o las fases de aprendizaje lingüístico de los niños quizá nos muestren, a pequeña escala, los lentos pasos que condujeron al nacimiento del lenguaje.
5. Algunas conclusiones
Estas breves notas sobre qué es la lingüística cognitiva, en qué se diferencia de la gramática generativa y cuáles son algunas de las investigaciones actuales sobre el origen del lenguaje desde su ámbito teórico nos permiten extraer algunas conclusiones:
a. El lenguaje humano tuvo que aparecer motivado por el uso comunicativo, y no por un cambio repentino y casual.
b. En la emergencia de las primeras formas lingüísticas, que tuvieron que ser palabras aisladas con un contenido equivalente al de una oración simple, fueron decisivos los engranajes cognitivos previos (compartidos en muchos casos con los primates actuales), los cuales condicionaron sin duda el ulterior diseño del lenguaje. Además, todo apunta a que buena parte de esos principios cognitivos son instintivos.
c. La recursividad de la sintaxis (el elemento más opaco del lenguaje) debió de originarse con el paso del tiempo tomando como punto de arranque las primeras palabras aisladas. En este sentido, la lingüística cognitiva se sitúa junto a la biología darwinista para explicar el desarrollo de la capacidad lingüística, siendo la teoría de la gramaticalización una de las propuestas más sólidas para reconstruir, paso a paso, cómo evolucionó el lenguaje humano desde esas palabras iníciales.
d. De lo anterior se deriva que no es necesario acudir a los conceptos generativistas de estructura profunda y estructura superficial; toda oración es siempre una conceptualización (en un sentido esencialista) y, por ello, una forma de pensamiento. De este modo, la sintaxis no se volvió compleja porque actuaron reglas gramaticales repentinas, sino que se volvió más elaborada a medida que el pensamiento del Homo sapiens fue adquiriendo más capacidad simbólica y, con ella, un mayor impulso para expresar ideas cada vez más ricas. e. En última instancia, las pruebas empíricas que demuestren cómo comenzó el lenguaje, han de proceder de dos lugares distintos, según el enfoque que se adopte. Así, la demostración de la hipótesis generativista se debería confirmar desde la biología y la genética, mientras que los postulados cognitivo-funcionales se verifican en el propio sistema lingüístico. Teniendo en cuenta que ya se han encontrado indicios tangibles en este último terreno (procesos de gramaticalización en cientos de lenguas, observaciones sobre el habla infantil, configuración del significado…), todo apunta a que la lingüística cognitiva marcha, en lo referente al origen del lenguaje, por buen camino.